por: Ricardo Justice
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Michael Jordan se sentaba en el medio del
clubhouse de ligas menores a jugar dominó con sus nuevos compañeros.
Parecía la persona más feliz del mundo. Se reía con fuerza y no paraba
de decirles cosas a los otros jugadores. El hombre lucía tal cual como
si estuviese en su casa.
Como reportero del Washington Post, pasé una sola semana con Jordan
durante aquel verano, pero esta escena aparentemente se repetía días
tras día. Aunque pareciera increíble, encañó casi de la noche a la
mañana con estos muchachos que también buscaban el sueño de las
Grandes Ligas.
Gracias al documental “The Last Dance” de ESPN, Jordan y los Bulls
de Chicago son otra vez tema de conversación. Jordan tenía 31 años
cuando decidió intentar “colarse” en el béisbol, siendo básicamente
siete años mayor que el jugador promedio de su equipo, los Barones de
Birmingham. Sin embargo, hizo una perfecta transición de esa vida de
estrella de rock, como la estrella más rutilante de una de las más
grandes dinastías a sentarse en una silla plegable en una mesita de
cuatro patas sobre concreto y decir a viva voz, “A jugar”.
Con eso en mente, éstas son cinco cosas que aprendí sobre Michael
Jordan durante nuestra pequeña odisea entre Birmingham y Chattanooga en
aquel 1994.
Las historias sobre lo competitivo que era Jordan son definitivamente ciertas.
Jordan dice en el documentario lo siguiente: “Yo no tengo un
problema de apuestas; yo tengo un problema de competitividad”. Se
tomaba todo en serio. Empezaba su día con una o dos rondas de golf, y
no era que apostaba cualquier cosita. Llegaba luego al clubhouse y
contaba sus éxitos, hoyo por hoyo. Se tomaba en serio los juegos a las
cartas. Y también las prácticas de toques de bola, traer una carrera
desde segunda, todo.
Jordan iba en serio con el béisbol y habría llegado a las Grandes Ligas
Si le preguntas a su manager, Terry Francona, y su coach de bateo,
Mike Barnett, sobre los 127 juegos de Jordan, esto es lo que te dirán:
Entregó todo lo que tenía, nunca tomó atajo y quería ser tratado como
cualquier otro jugador. En ese sentido, era un placer compartir con él.
“Es el tipo de personas que te hace sentir bien”, dijo el torpedero
de Birmingham en 1994, Glenn DiSarcina. “Después de un tiempo, lo ves
como alguien más que está trabajando en sus cosas, igual que tú”.
Jordan realizaba tantas prácticas de bateo – temprano en la tarde,
después de los juegos, lo que fuera – que había días en los que las
manos le sangraban. Absorbía todo, además, o al menos lo intentaba. Al
principio, los lanzadores lo retaban con rectas y cuando eso no
funcionó, empezaron a atacarlo con un batallón de envíos rompientes.
Pero Jordan iba mejorando. Estaba reconociendo mejor los pitcheos.
Creía que si se dedicaba a hacer algo, lo podía lograr. No conocía a
nadie que trabajase más que él o que fuese más inteligente que él. Si
se ve desde esa óptica, sus 127 partidos con los Barones no fueron un
éxito. Pero si lo ves de otra forma, fue un éxito monumental. ¿Cuántos
hombres de 31 años con exactamente cero experiencia en el béisbol
profesional se ponen un uniforme y disputan 127 encuentros?
• ¿Jordan le dio un zapatazo a ejecutivo? Así ocurrió
Se bajó del carro y bateó .202 en Doble-A. Luego fue a la Liga
Otoñal de Arizona, un circuito reservado para los mejores prospectos, y
bateó .252. Eso es lo que realmente impacta. Sólo un atleta
increíblemente talentoso puede hacer algo así. Además, se estaba
ajustando a los pitcheos en curva, y si hubiese seguido adelante, no
tengo dudas de que hubiese llegado a las Mayores. Hasta Francona
afirma lo mismo en el documental, estimando que Jordan necesitaba 1,500
visitas al plato en las menores para convertirse en ligamayorista.
Creo que Jordan siempre iba a regresar a la NBA la primavera
siguiente. Creo que, como apunta el documental, estaba extenuado
mentalmente del basket y necesitaba el béisbol para recargar baterías
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